Vivo junto a una estación de trenes, una estación en la que durante muchos años cogí el tren para volver a casa: venía a estudiar, a recibir clases, a esta ciudad. Desde hace algunos años lo he vuelto a tomar, pero ahora desde esta ciudad y para impartir las clases yo. Entre las vías y mi casa hay un pequeño recinto cerrado por casas viejas, tramos de un muro coronado por cristales rotos y una compuerta para los coches de la empresa que se ocupa del mantenimiento de las vías y los trenes. Anoche soñé que paseaba con mi pareja, entre una multitud, por este espacio cerrado. Se celebraba una fiesta popular allí, creo recordar que había puestos que vendían comida, quizás también atracciones mecánicas para los niños y fuegos artificiales.
De repente, pasaba sobre nuestras cabezas un avión de pasajeros gigantesco. Mi pareja no se dio cuenta y yo le dije: mira. Seguí con la mirada el vuelo del avión, que iniciaba la maniobra de retomar cierta altura. La multitud miraba también el avión, que tras virar en exceso hacia arriba dio un violento vuelco y se precipitó contra el suelo. Un gran estallido sumió en el desconcierto a toda la gente. Ahí acababa ese tramo de mi sueño. Las llamaradas iluminaron las muros de las casas vecinas, y también los del edificio donde está mi casa.
Guardo recuerdo de muchos sueños pero solo unos pocos destacan por la viveza con que los soñé, o mejor por la fuerte impresión que me dejaron. No sé si este sueño perdurará en mi recuerdo, lo tengo muy vívido ahora pero es que escribo justo al levantarme, acabo de soñarlo y tecleo adormilado mientras sorbo mi primer café del día. Lo que es seguro es que recuerdo el sueño que voy a contar ahora, lo soñé hace ya un tiempo.
Siempre sentí fascinación por los asuntos de la astronomía. De niño y adolescente también me seducían las fantasías que tienen que ver con extraterrestres. Quizás una reciente etapa, o no tan reciente –tempus fugit: hace ya de aquello seis o siete años-, en la que devoré todo tipo de literatura esotérica, cerrara un triángulo para que yo, acto seguido, tuviese uno de los sueños más perturbadores que recuerdo haber soñado.
Eran también objetos invisibles que, de repente, se hacían muy visibles. Objetos muy, muy grandes, inconcebiblemente gigantescos, formando enormes y complejos sistemas. Lo que más me perturbó fue sospechar que siempre estuvieron ahí, aunque solo en ese momento se revelasen. Se trataba de planetas y constelaciones en el cielo, que en la noche de mi sueño se hicieron una presencia cercana, irreal y delirante. Para transmitir la idea, o mejor la imagen que me perturbó, necesitaría en todo caso de unas habilidades pictóricas que no tengo. Y esos inmensos objetos celestes, dotados además de inteligencia, se movían de repente: bailaban frenéticos sobre nuestras cabezas.
Fue una noche muy luminosa, por la luz de esas constelaciones inabarcables y por el asombro que me producían, así como por la luz que reflejaban y las atmósferas y las superficies cambiantes de esos planetas inmensos y cercanos, demasiado cercanos, que se acercaban y bailaban, anunciando algo inminente, alguna clase de revelación. Lo recuerdo todavía y supongo que lo recordaré siempre, no solo por lo vívido de las imágenes sino por la inminencia de esa revelación, que no se dio y por la que tampoco me pregunto, más allá de la sensación de habitar o de recuperar, más bien, la sensación de habitar un universo extraño.
(Imagen vía).
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