Mas siempre hacemos el amor con mundos
Deleuze y Guattari
Sé que lo sabía. Yo también lo sabía. Fingíamos nuestro poder, poder reconocernos. Allí, en el pasado, entre estanterías de libros y personas, personas silenciosas. Un pasado y un mundo paralelo que actualizamos cada vez que volvemos hasta aquí, donde nos conocimos y fingimos no conocernos todavía.
La biblioteca pública.
Lo puedo recordar. Apenas nos hablamos. Nuestra telepatía hizo el resto, mientras atravesábamos a pie nuestra ciudad.
Mental, imaginaria.
Abrió la puerta de su casa, la casa de su cuerpo. No sé decirlo de otra forma menos cursi.
Una telepatía física. Pornografía delicada.
Y después regresamos. Seguíamos allí, días más tarde, entre las dimensiones que abrimos o cerramos como puertas de la imaginación. Libros, vinilos: todo gira en el mismo lugar que se repite y que difiere de sí mismo. Aquí otra vez, igual que cazadores en la estepa. Muy lejos, como siempre, de las presas que necesitan lejanía para seguir corriendo delante de nosotros. Donde probamos a espiar lo que sucede afuera, todo ese movimiento. Allí donde, otra vez, probamos a salir para ejercer nuestro superpoder.
Salir a pasear.
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