Mientras
Antonio Aguilar,
Antonio Lorente y un su seguro servidor terminamos de poner a punto el blog con nuestras investigaciones sobre la antología apócrifa de poetas murcianos del quizás también apócrifo Amancio Vespertino, y tras ofertarles
aquí un enlace por si les apeteciera escuchar dichas investigaciones radiadas, les sirvo los últimos papeles que he pergeñado al respecto, acerca de la autora en concreto que nos ocupó en la tarde de ayer.
ESPERANZA ESPEJO
Si desde su mismo nacimiento, en el Valle de Ricote, ya es una celebridad en los alrededores, se debe a dos circunstancias: es hija de la curandera de la zona y tiene el pelo albino. Así como los espejos o la propia esperanza, que los vecinos tienen cifrada en el albor del futuro y aun del cielo: esperan nubes, nubes blancas que se tornen grises y traigan la lluvia.
Pronto la niña demuestra sus aptitudes para la poesía, ganándose la admiración del pueblo al componer con siete años en formas métricas depuradas, variadísimas y formalmente perfectas. Sólo el cura del pueblo se amosca con las efusiones líricas, no tanto por dicha perfección formal, que alguien de su formación no podía más que juzgar cuasi diabólicas, como por determinados giros paganizantes en las imágenes.
Deberá venir el maestro del pueblo para deshacer el entuerto: la chavala recompone, más que compone, poemas de Rubén Darío. El misterio estriba en que Esperanza no ha podido tener acceso al vate, no hay libros en su casa ni biblioteca en el pueblo, y los pocos aficionados de la zona sólo recitan de memoria, de tarde en tarde, autores románticos como Bécquer o Ferrán. A lo más lejos que llegan es a Campoamor.
Por supuesto, el maestro comunica el misterio a los padres con carácter privado: no quiere líos con las autoridades locales. Teme que Darío resulte demasiado avanzado para ellos, pues aun cuando Valle-Inclán, en su etapa carlista, estuvo por allí, todavía la muchachada del pueblo insistía en tironear de su luenga barba.
A través de las memorias de dicho maestro, publicadas por la Residencia de Estudiantes, Amancio Vespertino puede elucidar todos estos puntos para la posteridad. Pero es en un estudio reciente de nuestro Vespertino que podemos informarnos de un hecho aún más insolito, que el propio Amancio duda si creer: un manuscrito de Valle-Inclán relata la vuelta del inmortal autor a Ricote, esperando que las barbas de los muchachos hubiesen a la sazón crecido para poder tomarse justa venganza y se pasma al encontrarse con una muchacha de apenas trece años, albina como la leche o la luna de abril y con la mirada algo extraviada, que recita como en trance a Teresa de Jesús.
El propio Valle se entrevistará con la madre, quien a espaldas del padre, cada vez más asustado del carácter de la hija y su inopinado don, relata al gallego que la propia abuela de Esperanza poseía habilidad como médium y era raptada por espíritus pizpiretos. También le suplica discreción, pero nuestro autor no puede reprimir su entusiasmo y propone al padre llevarse a la chica a la capital. El padre, en este punto, saca a relucir su garrote, que antaño le sirviera para espantar rapaces, y Valle, que a tenor de sus escritos nadie duda de su arrojo, prefirió poner pies en polvorosa, acaso porque ya hubiera perdido el famoso brazo, famoso in absentia, en otra reyerta.
El siguiente en intentar hacer notorio caso tan singular fue Gómez de la Serna, que se sintió apelado de forma directa cuando Esperanza publica en un periódico local, siempre de espaldas al padre, algunos artículos cuyo estilo es prácticamente un plagio de su pareja la escritora Colombine, con la particularidad de que dichos textos, aun sin haber sido escritos por la insigne escritora, revelan confidencias, datos y sensibilidad que don Ramonísimo sabe de su señora y nadie más. Si no interviene la propia autora, que al fin y al cabo debía sentir el caso aún más personal, no se nos sientan afrentadas las feministas, que Colombine no es sospechosa de laborar en su contra: es que la buena mujer era algo supersticiosa.
El cachiporrazo que no se llevó Valle, se lo llevó Gómez de la Serna. Esperanza, afectada, decide huir con apenas quince años. Vaga por todo el país.
Logra salvar el tipo porque su aspecto aterroriza a los maleantes de caminos, y al emplear con ellos la misma razón que da por los pueblos para conseguir el poco de comida que le permite subsistir: recitar en trance autores del pasado. Su leyenda crece. A los autores del pasado los recita de forma literal; Menéndez Pidal afirma que con ella se podría reescribir la historia entera de la lírica española, incluyendo material perdido de nuestra Edad Media, sin saber el erudito que, efectivamente, matiza Vespertino, pero aún más: pues en traducción, también la poesía de todo el orbe. A los autores del presente los imita, raptada acaso por espíritus paralelos, horizontes desconocidos de lo posible, líneas alternativas que acaso dicen más y mejor de esos autores. Menos compasivos que los académicos, dichos autores arremeten en pliegos contra ella.
Poco más se sabe del caso, o más bien mis compañeros se me van a amoscar, pues para una vez que abrevo de la misma fuente que ellos y traigo los deberes hechos me paso en extensión. Sírvame todo ello como disculpa, no por tanto por mi pereza: así es el venero, que rompe a brotar y no conoce barreras. Dicen que Esperanza bajó de los montes, cercana a la treintena, tras algún tiempo desaparecida, y que tintó sus cabellos y moderó sus raptos, sintonizándolos con coplas y otros géneros líricos menos llamativos para el populacho que acaso autores como Vázquez Montalbán no consideraban menores, Vespertino sí y yo tampoco. Dicen que don Carlos Alvar, en magistral conferencia en Murcia, años ha, topose con una mujer avejentada que, en el turno de preguntas, arrobada, mezcló una canción de Rosario Flores con una composición en lengua de oc. Alvar creyó retroceder siglos enteros por un instante y estar ante la mismísima Leonor de Aquitania. Los ojos de la mujer brillaron de forma misteriosa cuando sus miradas se encontraron y antes de que se levantara y desapareciera renqueando por uno de los pasillos laterales, unos ojos blancos como el espejo en el que se mira el buen escritor, blancos como el futuro de los que, a pesar de todo, mantienen la esperanza viva haciéndola residir arrobada, arrebatada, en la belleza.
3 comentarios:
Hombre, claro, si es mi prima Espe... Se os ha olvidado decir que cuando iba a misa movía los labios como si estuviera diciendo el padrenuestro pero en realidad estaba recitando a Maiakovski.
reivindico la historia de Manolito el Nervio, conocido en el Barranquete por farfullar a velocidades insospechadas las guías telefónicas de la localidad con la dificultad añadida de rimar los segundos apellidos de los titulares en asonante.
de un sitio llamado el Valle de Ricote es normal que surjan figuras así. Me ha recordado al licenciado Vidriera, no sé por qué. Igual no leí al licenciado y lo recreo.
En mi pueblo teníamos un pregonero (del pregón de las fiestas, el del ayuntamiento lo recitaba el alguacil) que compuso un largo poema con rima asonante que incluía mil y pico motes de gentes del lugar. Es lo más en poetas que hemos tenido, aparte de Andrés (por cierto, era su tío abuelo)
saludos manchegos
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