viernes, 2 de marzo de 2012

La felicidad no da la felicidad



Donde los pájaros dan cuenta del festín mañanero

mientras simulan no prestarte su atención,

allí y entonces, sin fingir

la distracción que me asiste casi siempre,

yo te estuve esperando.


Confundido con todas esas chicas

que marchan con sus cirios de benzodiacepina

de procesión al monte. Distraído

y algo confuso, mas no ajeno

al canto que percute más allá

de los postes eléctricos

y de los abedules del paseo

del centro médico,

yo te estuve esperando.


No vuelvas a arrojarme, por favor,

escaleras abajo.


Una inmensa llanura, diminuta

como una nota a pie de página

de un texto que te explica, igual que explica

a todo lo demás, si estás conforme

con todo lo demás

también si no lo estás-:

allí te espero.

Y dije: hágase notar la luz,

y vaya

si lo hizo, anoté

al margen

de mi pequeña creación.

Miro a esas chicas:

no saben del milagro que les golpea el pecho

y las mantiene despiertas: no saben que no fingen

si reconocen a sus cómplices

entre aquellos que ahora sacan

sus móviles y escuchan a Coldplay.


En el jardín del tiempo

alguna flor soñaba

hacerse jardinero”,


cantaba el brezo antes de arder,

de charla con los pájaros.


Tú lógica aplastante es aplastante,

aplastante, repite el pájaro, y

por eso criminal.


Quiero decir, no queda tiempo

si cada cual construye sus propias escaleras:

ascender, descender, salir del laberinto

tan sólo cuando olvidas

que morirás en él,

de cualquier forma.


Mi gato es una rosa

y canta como un pájaro.

Gato, haz lo que quieras.


Ahora que aspiro al podio

tomo el sendero tortuoso

de las rampas.

Aspiro a las alturas como el gato

habita los tejados, e instala en la intemperie

su esperar para nada, somnoliento;

ese acechar la presa de las siestas

también en los armarios, radiadores:

porque esconderse en un rincón

también es elevarse.


Silencio, el dios egipcio duerme.


Recuerdo aquella vez que me contaste

que de niña jugabas a enseñar a leer

a tu gatito; es un milagro, sí, y

también irrepetible, así que, chica,

yo no te lo aconsejaría.


A ti también te gusta la ópera finesa,

la ópera del fin, y sin embargo

he renunciado a ti, debo decírtelo,

porque vives tan solo de tus fiestas

y a mí me dejas solo, siempre cumpliendo años,

con mi cara de tonto y un montón

de velas encendidas

de nembutal y de colirio.


Soplabas de las velas hacia el centro de ti

y, por decirlo de algún modo,

las noches que sudaste a semejanza

de quienes sedarías, y también

el horror de sentir que mi sentido del humor

ya no podría compartirlo contigo ni con nadie

al fin nos quedarían prescritos, porque ¿sabes?,

todas las tartas eran tuyas,

con toda tu energía;

con el limón hacías

confetti para pájaros

y otros animales.


Atención, pregunta:

Animal fabuloso de veintisiete letras.


Querida niña: en China

también hay unicornios.

Bandadas de estorninos encontraron la llave

y han venido a cenar. Se comportan a ratos

y su formalidad, cuando se manifiesta,

es un asunto digno de ser visto

por los que tienen tiempo para hacerlo.

Nosotros no. Segundas partes quedan anunciadas

en las enormes carteleras del cielo de septiembre,

y aún queda mañana por delante.


Porque eres tú quien proporciona el ozozuz

a los furiosos unicornios,

procura hacerte luego,

ya que estás por el campo y vas a volver tarde,

con algo amargo que ofrecerles.

De noche,

en rizomática aspersión, las princesitas

también pierden su tiempo, como tú,

bailando con sus giros en la hierba

de ese jardín que no nos pertenece

ni nos importa, vamos.


Pero procura comportarte, si volvemos.

Señoritas que giran merced a su engranaje,

de fiesta muy mecánica y coral

al pie de las piscinas, también cuando atardece,

aunque se pararán muy pronto.


Aún el gato duerme, con la tarde

no decidida para uno u otro bando:

los enanitos de jardín se baten con las ninfas

por el agua, en su reino imaginario.

Pero yo tengo obligaciones y despierto:

pertenezco a otro mundo,

debo poner mi casa en orden para ti.


La casa del deseo, graznó el poeta pájaro,

el pájaro cantante, el pájaro más pájaro,

desde un balcón cerrado.


La bandeja se cae y con ella el desayuno.

Ven, porque sé ya cómo huir de tanto estrépito.


4 comentarios:

Joseóscar dijo...

Escrito en la primavera de 2009 (¡cómo pasa el tiempo!).

Joseóscar dijo...

Me corrigen: primavera de 2007. Aún más tiempo: :(

Cristina Morano dijo...

"Canta el brezo antes de arder", muy Robert Graves justo cuando necesito a Robert Graves. Señor Poeta: ¿podría una mujer de mediana edad que ya ha escrito, sobradamente, sobre lo vulgar y sobre las ciudades que nos comen o nos sostienen, algo así?

Joseóscar dijo...

Pregúntele a los pájaros, pero sé qué le dirán, Señora Poeta: precisamente una mujer que ya ha escrito de todo eso puede lo que ella quiera.

Apunto a Graves porque no conozco su poesía. ¡Me encanta verte por aquí, Cristina!