martes, 25 de octubre de 2016

Cristina Morano


Cristina es uno de esos poetas que encarnan de manera genuina la voz de la tribu, pero sin caer en folclores ni narraciones melancólicas: lo lírico es el canto, la celebración del día a día, aunque para expresar esa celebración, hoy los poetas de la tribu recogen en su pequeña canción sin música también los ángulos oscuros del banquete. La larga vuelta a casa no termina, es un regreso a una casa que es de todos, con sus grietas y sus insuficiencias, pero también con la belleza de lo que no esperábamos: la vida está por todas partes, pero sobre todo está fuera de casa, en la expulsión constante de ella que habitamos a diario.

 Cristina aborda lo femenino igual que Homero y otros poetas épicos abordaban antaño la guerra y lo masculino. Y Cristina está con los vencidos y los perdedores. Cristina aborda la tristeza, no la melancolía. La melancolía es un asunto de los vencedores, una forma de narración y un capricho lujoso de aquellos que se saben triunfadores. La visión de Cristina, en su poesía, es social. Y uno ya no sabe si ver es fácil o difícil para todos nosotros, cuando uno mira a su alrededor y comprueba las fallas y las simas de nuestro “civilizado” mundo. Pero hay una palabra que existe para que nos recuerde a todos nosotros aquello que es imprescindible tener siempre presente, por eso todos necesitamos de poetas como Cristina. Cristina tiene una voz auténtica que construye poemas con una verdad que solo expresa un poema, un poema de verdad. Y lo hace con la fragilidad y la fortaleza de una poeta de la tribu.

Hay en sus poemas individuos desplazados de la manada, desplazados o aplazados en sí mismos un instante para recuperar la perspectiva de aquello que nos hiere, lo que nos hace frágiles y fuertes a la vez.  El individuo que habla o que protagoniza los poemas de Cristina lame sus heridas no con melancolía, ni siquiera solo para curarlas, sino para meditarlas y recordarlas, territorializarse en ellas y hacerse fuerte allí.
La tristeza como dialéctica, la herida como campo de batalla. Cuando llega el diluvio con que el padre nos condena, Cristina prefiere quedarse con las bestias y rechaza la oferta del padre de salvarse en el arca. Cristina siempre está de parte de la tribu, por eso nos ofrece sus palabras, para que podamos decir aquello que queremos decir pero aún no hemos aprendido a hacerlo. No otra cosa hacen los verdaderos poetas.
Poetas peligrosos, que cuestionan tu respetabilidad desde la misma página o barrera de seguridad donde los lees, para conducirte a donde viven quienes habitan más allá de las fronteras de sí mismos.


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Obra: Las rutas del nómada (1999), La insolencia (Premio Nacional José Hierro, 2001), El arte de agarrarse, (con prólogos de Julia Otxoa y Pablo García Casado, 2010), El ritual de lo habitual (2010), Cambio climático (2014). También ha publicado el libro misceláneo de fragmentos de diario y prosas y poemas satíricos Hazañas de los malos tiempos (2015).



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(Texto leído como presentación de Cristina Morano, en el recital colectivo que hemos realizado esta tarde en el Casino de Murcia.)


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