domingo, 30 de octubre de 2016
De algoritmos. De prosas intrincadas.
Algoritmos progresivamente más complejos se adelantan a
nuestros gustos y preferencias, en las distintas páginas y tiendas de internet,
así como en las redes sociales. Pronto, delegaremos en ellos muchas de nuestras
respuestas, por no decir casi todas.
Por no decir todas.
Fatigados de tener que dar la
réplica a la realidad, los robots que van impregnándose de nosotros irán
sustituyéndonos sin que vaya a importarnos lo más mínimo. Y así podremos
abandonarnos, pero ¿a qué, si no a la muerte?
No, no a la muerte exactamente, porque en
tales robots habremos alcanzado al fin el viejo sueño de las religiones, es
decir, la vida eterna.
*
En la segunda mitad del siglo XXI, la psique de muchas
personas pudo ser reconstruida tras su muerte, y se les otorgó de esa forma la
vida tras la muerte, siguiendo el rastro de sus pasos y sus elecciones por el
ciberespacio y a través de los algoritmos que allí rigen.
De una
forma muy similar, pudo traerse de regreso la mente de escritores del pasado
desplegando cuidadosamente sus intrincadas prosas[1].
Muchos
dicen que lo que rescataban era la cordura que tales autores perdieron una vez
en la espesura de sus expresiones.
Entendemos
que, sin pretenderlo, las dejaron allí encerradas, antes de morir.
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