viernes, 30 de abril de 2010

Aventuras en la ciudad extraña



Entro cansado en la tienda del barrio donde doy mi último paseo del día. Vengo de comer con diez extraños y volveré a tratarlos enseguida, en la cena. Hasta entonces, doy rienda suelta a mi afán coleccionista. Buscando con mi mapa de tiendas para coleccionistas las mejores tiendas para coleccionistas de esta ciudad. Entro y saludo al dependiente, que me responde de forma distraída: parece hablar, más bien, con los personajes que se agitan espasmódicos en su pantalla de televisor.

Paseo entre largos y estrechos pasillos de anaqueles atestados de libros de ajadas pastas, de tebeos de páginas amarillentas, de carteles y juguetes antiguos, muebles viejos, samovares. Todo huele a moho, a cultura de saldo, al fracaso de cualquier afán humano. Reparo en una colección de figuritas, de once figuritas, que nos representan a mí y a las otras diez personas a las que acabo de conocer: trato de ocultar mi turbación fingiendo que sigo considerando más compras, lo hago portando entre mis manos las figuritas, miro aquí y allá convertido de repente en un impostor. Después pago por ellas en el mostrador, tratando de ocultar al tendero el rostro de la figurita que me representa a mí, sobre todo esa, pero también las demás.

Esa noche, en la cena, parecemos acceder a una esfera de incómoda intimidad que habíamos evitado muy bien durante la comida. Al despedirnos todos parecemos lamentar que no vayamos a volver a vernos, lo cual provoca en mí un cierto sentimiento de culpa que llevo en secreto y arrastro hasta el dormitorio del hotel, donde planeo esta operación.

Envío, ya de vuelta en mi ciudad, un correo electrónico con este texto a cada uno de los diez desconocidos. Ellos publican mi relato, esta historia, en internet: vuelven, así, a la anonimia, en el momento en que, si yo los tengo a ellos, cualquiera que pase por aquí me tenga a mí: dando vueltas para siempre en esa ciudad extraña; opaco y reducido, sin nombre. Hermético y absurdo a un precio irrisorio, igual de inútil que este afán coleccionista que aún conservo, y que atesoro. Incomprensible.



[Imágenes tomadas en ARCO 2010: obras de Ji M. Kim]


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