domingo, 28 de octubre de 2007

Más pasmosas -maravillosas- si/co-in-cronías/cidencias

Enlacen, enlacen, y en cuanto vuelvan -o, antes de ir, escuchen que- les cuento:
Ayer nos invitaba Anabel a comer para celebrar, adelantándolo tres días, su cumpleaños. Dos horas antes de la hora fijada me encamino a por su regalo, una preciosa edición ilustrada del Peter Pan y Wendy de Barrie; me doy de paso un paseo por el resto de los estantes: aparte de un pequeño libro de Lacan -una conferencia cuya contraportada promete puerta de acceso a Lacan para los que no entienden a Lacan- veo el Nadja de Breton; me interesa mucho acceder de forma directa a Lacan, pero estoy hasta arriba de trabajo y sumido en mis ratos libres en otras direcciones lectoras: sé que va a ser de esos libros que me llevaré para dejarlo automáticamente en la librería hibernando hasta yo qué sé cuándo; por la misma razón el Nadja se queda en el mostrador giratorio de la librería, por esa y porque no tengo ni idea de francés; pero me ha cautivado el libro, la idea de intentar leerlo en francés ayudado por un diccionario y una gramática me seduce, aunque siendo realistas, ¿de dónde saco el tiempo (y las energías, de paso, que ya se me agotan en el trabajo real de mis clases)?


Lo hojeo de todas formas, acariciando la idea de llevármelo, aunque no puedo tardar mucho porque me espera la fiesta de Anabel. El libro tiene algunas fotos; en una doble, postrado en dos momentos de una hipnosis autoinducida, está Robert Desnos, poeta que acabo de descubrir y por quien siento una fascinación especial, no sólo porque adoro el surrealismo, y por sus propios versos y su estupenda novela libérrima o poema en prosa ¡La libertad o el amor!: en la novela que llevo meses corrigiendo, ultimando y no acabando de ultimar porque aún anoto párrafos, frases e ideas que le voy incorporando, la figura de un hipnotizador -una de las ocupaciones más llamativas de Desnos- tiene un papel entre determinante y fantasmal en su argumento.


La foto de Desnos, la prosa de Breton, autor al que evidentemente amo pero del que, me temo, aún no he leído lo suficiente... Pero puede no sólo la economía sino también el realismo: mi nivel de francés es CERO.



Estupenda, la fiesta de Anabel. Seis horas más tarde, cuando la mitad de los invitados ya se han ido, la anfitriona nos cuenta entre otras cosas de sus próximos estudios de psicología; me acuerdo de Lacan y después de Breton: le pido que me recomiende una gramática francesa -pensando en el segundo, que el primero ya es difícil traducirlo aun traducido-. Me apunta unas cuantas al tiempo que se ríe de mis propósitos, porque los sabe difíciles -ella sí es titulada en este idioma, entre otros cuantos, y sabe de la dificultad que entraña aprenderlos, máxime si te quieres autodidacto- y porque me sabe inconstante y perezoso.



Esta noche he tenido varios sueños, ha sido una noche intranquila y he dormido poco, aunque me he despertado con una placidez inaudita, con una absoluta -por qué no decirlo- felicidad. En el que más me ha llamado la atención, quiero decir el más vívido y el único que recuerdo con total nitidez, yo llegaba, cargado con una maleta de dimensiones incongruentes, a un aeropuerto francés. Para pasmo mío, que esperaba la comunicación más fácil -mi a veces exagerada confianza en la improvisación, de la que ya veo que mi subconsciente está informada-, mi francés, definitivamente, no me servía para nada. Y para desesperación sobre todo de mis interlocutores en el aeropuerto, de sorpresa primero escuchando cómo reinventaba su idioma de una forma absolutamente ridícula y después de desesperación, comprobando cómo no sólo la comunicación con ese mastuerzo -yo- era imposible sino que además la paciencia de la gente que iba agolpándose detrás, en la cola, llegaba a su límite y empezaban a sublevarse.


Hasta aquí nada raro: ideas y sucesos que te rondan por el día toman, merced a Morfeo, la forma graciosa, no gravosa dádiva, del sueño durante la noche. Para qué más psicologías. Lo que ya es pasmoso es que esta mañana me levante y mientras tomo el café con leche encargado de disipar mis nictálopes brumas abra el correo electrónico y descubra que dos chicas francesas, a las que enlazo desde este momento pero que no conocía de nada... ¡me han traducido al francés!

Algo que ya sabrán si han visto el último comentario de la entrada o post anterior. Mientras llamo a Anabel para ver si me hace el favor de traducirme un nota de agradecimiento para colgarlo en la bitácora de estas chicas, que es donde me han incluido con inmensa generosidad, les remito a la entrada siguiente de éste mi propio -la casa de todos Vds.- blog, donde reproduciré el poema que me han traducido. Aparte de por las pasmosas coincidencias -que a veces, por qué no decirlo, me asustan, pero otras, como la que nos ocupa, son maravillosas-, lo hago porque ¡es la primera vez que me traducen! Pero les emplazo sobre todo a que visiten su blog, Bipolarisation, donde encontrarán más poesía, y música, y pensamiento, y diverso material interesante.


Que estoy como un niño con zapatos idiomáticos nuevos, vamos. ¡Gracias, Tanja et Monique!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pas de quoi, nos vemos a la blogosfera!